Haz oraciones del tamaño de Dios
Introducción
Recuerdo perfectamente bien cuando oré por un bebé llamado Craig. Me habían pedido que visitara a una mujer en el hospital Brompton en Londres cuyo nombre era Vivienne, quien tenía tres hijos y estaba embarazada del cuarto. Su tercer hijo, con solo meses de nacido, tenía síndrome de Down. Había sido operado de un soplo que tenía en el corazón y la operación no había sido exitosa por lo que, en cierta medida era lo natural que el personal médico quisiera desconectarlo. Tres veces le preguntaron a Vivienne si podían apagar las máquinas para dejar morir al bebé y ella dijo que no, pues quería probar una última cosa, quería que alguien orara por él. Así que yo fui a hacerlo.
Craig tenía tubos por todos lados y su cuerpo estaba magullado e hinchado. Vivienne dijo que los doctores habían indicado que incluso si él se recuperaba, tendría daño cerebral porque su corazón se había parado por mucho tiempo. Me comentó que no creía en Dios, aunque también me preguntó: «¿Orarás?».
Oré en el nombre de Jesús para que Dios lo sanara. Entonces le expliqué cómo podía dar su vida a Jesucristo y lo hizo. Me fui y regresé dos días después. Vivienne salió corriendo apenas me vio y exclamó: «He estado tratando de localizarte, ¡algo asombroso sucedió! Craig superó las dificultades esa noche después de que oraste. ¡Se ha recuperado!». El bebé se fue a casa a los pocos días.
Cuando Vivienne veía a todos sus familiares y amigos les decía: «No creía, pero ahora sí creo».
Eso fue hace 28 años y aún estoy en contacto con ellos. Craig todavía tiene síndrome de Down, pero está bien, en buena forma, y es el que une la familia. Su sanación no fue autosugestión pues era un bebé en ese entonces. No se trató de tener un pensamiento positivo ni fue un efecto placebo. Era una respuesta del tamaño de Dios a una oración hecha según el tamaño de Dios.
Salmos 57:1-6
Al director musical. Sígase la tonada de «No destruyas». Mictam de David, cuando David había huido de Saúl y estaba en una cueva.
1 Ten compasión de mí, oh Dios;
ten compasión de mí, que en ti confío.
A la sombra de tus alas me refugiaré,
hasta que haya pasado el peligro.
2 Clamo al Dios Altísimo,
al Dios que me brinda su apoyo.
3 Desde el cielo me tiende la mano y me salva;
reprende a mis perseguidores.
¡Dios me envía su amor y su verdad!
4 Me encuentro en medio de leones,
rodeado de gente rapaz.
Sus dientes son lanzas y flechas;
su lengua, una espada afilada.
5 Pero tú, oh Dios, estás sobre los cielos,
¡tu gloria cubre toda la tierra!
6 Tendieron una red en mi camino,
y mi ánimo quedó por los suelos.
En mi senda cavaron una fosa,
pero ellos mismos cayeron en ella.
Comentario
Ora pidiendo misericordia
¿Has clamado a Dios pidiendo misericordia? Ciertamente, yo lo he hecho muchas veces. David clamó «al Dios Altísimo» (v.2). Oró así: «Ten compasión de mí, oh Dios; ten compasión de mí» (v.1a).
Hay una oración del tamaño de Dios pidiendo misericordia que Él siempre responde. Esa es la oración de petición por perdón a través de Jesús. A través de su muerte en la cruz, Jesús ha hecho posible que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13).
El contexto de la oración de David pidiendo misericordia se enmarca probablemente en el momento cuando había huido de Saúl y estaba en una cueva (véase 1 Samuel 22, 24). Clamó a Dios, quien escuchó y contestó su oración. David implora: «Clamo al Dios Altísimo, a Dios, quien cumplirá su propósito para mí» (Salmo 57:2, NTV).
David sabía que Dios tenía un propósito para su vida y que se cumpliría. Hay un propósito del tamaño de Dios para tu vida. Responde, como David, al llamado de Dios y obedécele.
El Señor responde a las oraciones del tamaño de Dios de una manera adecuada al tamaño de Dios: «Desde el cielo me tiende la mano y me salva; \[...\] ¡Dios me envía su amor y su verdad!» (v.3).
Oración
Juan 4:43-5:15
Jesús sana al hijo de un funcionario
43 Después de esos dos días Jesús salió de allí rumbo a Galilea 44 (pues, como él mismo había dicho, a ningún profeta se le honra en su propia tierra). 45 Cuando llegó a Galilea, fue bien recibido por los galileos, pues éstos habían visto personalmente todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, ya que ellos habían estado también allí.
46 Y volvió otra vez Jesús a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. 47 Cuando este hombre se enteró de que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a su encuentro y le suplicó que bajara a sanar a su hijo, pues estaba a punto de morir.
48 —Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios —le dijo Jesús.
49 —Señor —rogó el funcionario—, baja antes de que se muera mi hijo.
50 —Vuelve a casa, que tu hijo vive —le dijo Jesús—.
El hombre creyó lo que Jesús le dijo, y se fue. 51 Cuando se dirigía a su casa, sus siervos salieron a su encuentro y le dieron la noticia de que su hijo estaba vivo. 52 Cuando les preguntó a qué hora había comenzado su hijo a sentirse mejor, le contestaron:
—Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre.
53 Entonces el padre se dio cuenta de que precisamente a esa hora Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Así que creyó él con toda su familia.
54 Ésta fue la segunda señal que hizo Jesús después de que volvió de Judea a Galilea.
Jesús sana a un inválido
5Algún tiempo después, se celebraba una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. 2 Había allí, junto a la puerta de las Ovejas, un estanque rodeado de cinco pórticos, cuyo nombre en arameo es Betzatá. 3 En esos pórticos se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. 5 Entre ellos se encontraba un hombre inválido que llevaba enfermo treinta y ocho años. 6 Cuando Jesús lo vio allí, tirado en el suelo, y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó:
—¿Quieres quedar sano?
7 —Señor —respondió—, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua, y cuando trato de hacerlo, otro se mete antes.
8 —Levántate, recoge tu camilla y anda —le contestó Jesús.
9 Al instante aquel hombre quedó sano, así que tomó su camilla y echó a andar. Pero ese día era sábado. 10 Por eso los judíos le dijeron al que había sido sanado:
—Hoy es sábado; no te está permitido cargar tu camilla.
11 —El que me sanó me dijo: “Recoge tu camilla y anda” —les respondió.
12 —¿Quién es ese hombre que te dijo: “Recógela y anda”? —le interpelaron.
13 El que había sido sanado no tenía idea de quién era, porque Jesús se había escabullido entre la mucha gente que había en el lugar.
14 Después de esto Jesús lo encontró en el templo y le dijo:
—Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no sea que te ocurra algo peor.
15 El hombre se fue e informó a los judíos que Jesús era quien lo había sanado.
Comentario
Ora por sanación
Hay momentos en nuestras vidas en los que desesperadamente necesitamos sanación, ya sea para otros o para nosotros mismos. Nuestras oraciones por sanación no siempre serán contestadas en esta vida. La oración sin respuesta puede ser algo difícil y doloroso con lo que debemos lidiar.1 Pero a veces Dios interviene milagrosamente para traer sanidad. Veamos aquí dos ejemplos de esto, que se dan como respuesta a una oración del tamaño de Dios:
- Sanación para otros
El funcionario real suplicó a Jesús que sanara a su hijo que estaba al borde de la muerte (4:47).
Jesús lo desalentó diciendo: «A menos que vean señales y prodigios, jamás creerán» (v.48, RVA-2015). Pero el funcionario no se desanimó y le dijo: «Baja antes de que se muera mi hijo» (v.49).
Jesús respondió a la fe del hombre. El funcionario creía que si Jesús iba con él, podría sanar a su hijo. Jesús le pidió ir un paso más allá y creer que solo sus palabras a kilómetros de distancia podían sanar a su hijo. El hombre creyó y Jesús realizó el milagro: atendió la oración del tamaño de Dios que hizo el hombre y sanó a su hijo. Como resultado, toda su familia creyó (v.53).
- Sanación para nosotros mismos
Jesús fue a un lugar donde había una multitud de personas con discapacidades: cojos, ciegos y paralíticos (5:3). Era una cultura que veía la discapacidad como un castigo de Dios. Esas personas estaban escondidas, pero Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios (1 Corintios 1:27-28).
Jesús sanó a un hombre inválido que llevaba 38 años enfermo (Juan 5:5). El hombre seguramente estaba desesperado, pues había puesto su confianza en los poderes curativos de las aguas de Betesda, que se agitaban periódicamente (se pensaba que la primera persona dentro del estanque sería curada después de que las aguas se movieran). Pero este hombre no tenía a nadie que lo ayudara a entrar primero (v.7).
No tenía amigos ni familia cercana; no le importaba a nadie. Estaba solo y abandonado; nadie lo amaba, pero Jesús lo amaba.
Jesús le pregunta, igual que nos pregunta a cada uno de nosotros: «¿Quieres recobrar la salud?» (V.6, DHH). Durante 38 años, este hombre había aprendido a sobrevivir como estaba. Ahora tiene que levantarse, hacer elecciones, encontrar nuevos amigos, encontrar trabajo y hacerse responsable de su vida.
Joyce Meyer escribe sobre este suceso describiendo cómo, en efecto, Jesús le dice al hombre: «¡No te quedes ahí, haz algo!», y continúa explicando: «Haber sufrido abusos sexuales durante aproximadamente quince años y haber crecido en un hogar disfuncional me hicieron una persona insegura y llena de vergüenza. Quería tener cosas buenas en mi vida, pero estaba atascada en la desesperación y el tormento emocional».
Meyer continúa diciendo: «Igual que al hombre de Juan 5, Jesús tampoco tuvo lástima de mí. En realidad, fue muy firme y puso mucho amor, pero su negativa a dejar que me regodeara en la autocompasión fue un punto de inflexión en mi vida. Ya no he vuelto a caer en ese hoyo y ahora disfruto de una gran vida. Si rechaza la autocompasión, busca activamente a Dios y hace lo que Él le diga, podrá tener también una vida maravillosa».
1 Mi amigo Pete Greig ha escrito un excelente libro al respecto llamado God on Mute.
Oración
Jueces 4:1-5:31
Débora
4Después de la muerte de Aod, los israelitas volvieron a hacer lo que ofende al Señor. 2 Así que el Señor los vendió a Jabín, un rey cananeo que reinaba en Jazor. El jefe de su ejército era Sísara, que vivía en Jaroset Goyim. 3 Los israelitas clamaron al Señor porque Jabín tenía novecientos carros de hierro y, durante veinte años, había oprimido cruelmente a los israelitas.
4 En aquel tiempo gobernaba a Israel una profetisa llamada Débora, que era esposa de Lapidot. 5 Ella tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraín, y los israelitas acudían a ella para resolver sus disputas. 6 Débora mandó llamar a Barac hijo de Abinoán, que vivía en Cedes de Neftalí, y le dijo:
—El Señor, el Dios de Israel, ordena: “Ve y reúne en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. 7 Yo atraeré a Sísara, jefe del ejército de Jabín, con sus carros y sus tropas, hasta el arroyo Quisón. Allí lo entregaré en tus manos.”
8 Barac le dijo:
—Sólo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré.
9 —¡Está bien, iré contigo! —dijo Débora—. Pero, por la manera en que vas a encarar este asunto, la gloria no será tuya, ya que el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer.
Así que Débora fue con Barac hasta Cedes, 10 donde él convocó a las tribus de Zabulón y Neftalí. Diez mil hombres se pusieron a sus órdenes, y también Débora lo acompañó.
11 Héber el quenita se había separado de los otros quenitas que descendían de Hobab, el suegro de Moisés, y armó su campamento junto a la encina que está en Zanayin, cerca de Cedes.
12 Cuando le informaron a Sísara que Barac hijo de Abinoán había subido al monte Tabor, 13 Sísara convocó a sus novecientos carros de hierro, y a todos sus soldados, desde Jaroset Goyim hasta el arroyo Quisón.
14 Entonces Débora le dijo a Barac:
—¡Adelante! Éste es el día en que el Señor entregará a Sísara en tus manos. ¿Acaso no marcha el Señor al frente de tu ejército?
Barac descendió del monte Tabor, seguido por los diez mil hombres. 15 Ante el avance de Barac, el Señor desbarató a Sísara a filo de espada, con todos sus carros y su ejército, a tal grado que Sísara saltó de su carro y huyó a pie. 16 Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaroset Goyim. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada; no quedó nadie con vida.
17 Mientras tanto, Sísara había huido a pie hasta la carpa de Jael, la esposa de Héber el quenita, pues había buenas relaciones entre Jabín, rey de Jazor, y el clan de Héber el quenita.
18 Jael salió al encuentro de Sísara, y le dijo:
—¡Adelante, mi señor! Entre usted por aquí. No tenga miedo.
Sísara entró en la carpa, y ella lo cubrió con una manta.
19 —Tengo sed —dijo él—. ¿Podrías darme un poco de agua?
Ella destapó un odre de leche, le dio de beber, y volvió a cubrirlo.
20 —Párate a la entrada de la carpa —le dijo él—. Si alguien viene y te pregunta: “¿Hay alguien aquí?”, contéstale que no.
21 Pero Jael, esposa de Héber, tomó una estaca de la carpa y un martillo, y con todo sigilo se acercó a Sísara, quien agotado por el cansancio dormía profundamente. Entonces ella le clavó la estaca en la sien y se la atravesó, hasta clavarla en la tierra. Así murió Sísara.
22 Barac pasó por allí persiguiendo a Sísara, y Jael salió a su encuentro. «Ven —le dijo ella—, y te mostraré al hombre que buscas.» Barac entró con ella, y allí estaba tendido Sísara, muerto y con la estaca atravesándole la sien.
23 Aquel día Dios humilló en presencia de los israelitas a Jabín, el rey cananeo. 24 Y el poder de los israelitas contra Jabín se consolidaba cada vez más, hasta que lo destruyeron.
La canción de Débora
5Aquel día Débora y Barac hijo de Abinoán entonaron este canto:
2 «Cuando los príncipes de Israel toman el mando,
cuando el pueblo se ofrece voluntariamente,
¡bendito sea el Señor!
3 »¡Oigan, reyes! ¡Escuchen, gobernantes!
Yo cantaré, cantaré al Señor;
tocaré música al Señor, el Dios de Israel.
4 »Oh Señor, cuando saliste de Seír,
cuando marchaste desde los campos de Edom,
tembló la tierra,
se estremecieron los cielos,
las nubes derramaron agua.
5 Temblaron las montañas
al ver al Señor, el Dios del Sinaí;
al ver al Señor, el Dios de Israel.
6 »En los días de Samgar hijo de Anat,
en los días de Jael,
los viajeros abandonaron los caminos
y se fueron por sendas escabrosas.
7 Los guerreros de Israel desaparecieron;
desaparecieron hasta que yo me levanté.
¡Yo, Débora, me levanté
como una madre en Israel!
8 Cuando escogieron nuevos dioses,
llegó la guerra a las puertas de la ciudad,
pero no se veía ni un escudo ni una lanza
entre cuarenta mil hombres de Israel.
9 Mi corazón está con los príncipes de Israel,
con los voluntarios del pueblo.
¡Bendito sea el Señor!
10 »Ustedes, los que montan asnas blancas
y se sientan sobre tapices,
y ustedes, los que andan por el camino,
¡pónganse a pensar!
11 La voz de los que cantan en los abrevaderos
relata los actos de justicia del Señor,
los actos de justicia de sus guerreros en Israel.
Entonces el ejército del
descendió a las puertas de la ciudad.
12 »¡Despierta, despierta, Débora!
¡Despierta, despierta, y entona una canción!
¡Levántate, Barac!
Lleva cautivos a tus prisioneros,
oh hijo de Abinoán.
13 »Los sobrevivientes
descendieron con los nobles;
el ejército del
vino a mí con los valientes.
14 Algunos venían de Efraín,
cuyas raíces estaban en Amalec;
Benjamín estaba con el pueblo que te seguía.
Desde Maquir bajaron capitanes;
desde Zabulón, los que llevan el bastón de mando.
15 Con Débora estaban los príncipes de Isacar;
Isacar estaba con Barac,
y tras él se lanzó hasta el valle.
En los distritos de Rubén
hay grandes resoluciones.
16 ¿Por qué permaneciste entre las fogatas
escuchando los silbidos para llamar a los rebaños?
En los distritos de Rubén
hay grandes titubeos.
17 Galaad habitó más allá del Jordán.
Y Dan, ¿por qué se quedó junto a los barcos?
Aser se quedó en la costa del mar;
permaneció en sus ensenadas.
18 El pueblo de Zabulón arriesgó la vida
hasta la muerte misma,
a ejemplo de Neftalí
en las alturas del campo.
19 »Los reyes vinieron y lucharon
junto a las aguas de Meguido;
los reyes de Canaán lucharon en Tanac,
pero no se llevaron plata ni botín.
20 Desde los cielos lucharon las estrellas,
desde sus órbitas lucharon contra Sísara.
21 El torrente Quisón los arrastró;
el torrente antiguo, el torrente Quisón.
¡Marcha, alma mía, con vigor!
22 Resonaron entonces los cascos equinos;
¡galopan, galopan sus briosos corceles!
23 “Maldice a Meroz —dijo el ángel del Señor —.
Maldice a sus habitantes con dureza,
porque no vinieron en ayuda del Señor,
en ayuda del Señor y de sus valientes.”
24 »¡Sea Jael, esposa de Héber el quenita,
la más bendita entre las mujeres,
la más bendita entre las mujeres
que habitan en carpas!
25 Sísara pidió agua, Jael le dio leche;
en taza de nobles le ofreció leche cuajada.
26 Su mano izquierda tomó la estaca,
su mano derecha, el mazo de trabajo.
Golpeó a Sísara, le machacó la cabeza
y lo remató atravesándole las sienes.
27 A los pies de ella se desplomó;
allí cayó y quedó tendido.
Cayó desplomado a sus pies;
allí donde cayó, quedó muerto.
28 »Por la ventana se asoma la madre de Sísara;
tras la celosía clama a gritos:
“¿Por qué se demora su carro en venir?
¿Por qué se atrasa el estruendo de sus carros?”
29 Las más sabias de sus damas le responden;
y ella se repite a sí misma:
30 “Seguramente se están repartiendo
el botín arrebatado al enemigo:
una muchacha o dos para cada guerrero;
telas de colores como botín para Sísara;
una tela, dos telas, de colores
bordadas para mi cuello.
¡Todo esto como botín!”
31 »¡Así perezcan todos tus enemigos, oh Señor!
Pero los que te aman sean como el sol
cuando sale en todo su esplendor.»
Entonces el país tuvo paz durante cuarenta años.
Comentario
Ora pidiendo liderazgo
En el liderazgo todo tiene un apogeo y un declive. Si un negocio está bien dirigido tiende a ir bien; si una iglesia está bien dirigida, generalmente florece. Una nación bien dirigida, suele prosperar.
Después de que Sísara «oprimió a los israelitas sin piedad durante veinte años, \[…\] el pueblo de Israel clamó al Señor por ayuda» (4:3, NTV). La madre de Sísara miró por la ventana esperando a que su hija regresara y exclamó: «Seguramente están repartiendo el botín que capturaron, que tendrá una o dos mujeres para cada hombre» (5:30, NTV). Aquí tenemos una pista de cómo Sísara trató al pueblo de Dios.
En respuesta a la oración del tamaño de Dios que hicieron, Dios erigió una líder sobresaliente. Débora era a la vez una líder espiritual (una «profetisa») y también una líder política. «En aquel tiempo \[ella\] gobernaba a Israel» (4:4). Débora era una líder carismática cuya presencia era tan valiosa que Barac le advierte: «Solo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré» (v.8).
Curiosamente, es otra mujer, Jael, quien al final termina con la opresora de Israel (v.21).
Tanto mujeres como hombres pueden ser líderes sobresalientes. Lo que importa no es el género, sino que lideren proactivamente: «Cuando los príncipes de Israel toman el mando, cuando el pueblo se ofrece voluntariamente, ¡bendito sea el Señor!» (5:2,9).
Débora y Barac dieron a Dios la gloria (vv.1-5). Una vez más, Joyce Meyer señala que Dios «elige usar y promover a aquellos que saben que no son nada sin Él dándole la gloria y atribuyéndole todos sus logros. Cada vez que tenga éxito en su vida, recuerde darle la gloria a Dios».
La forma en que Dios respondió la oración de su pueblo fue suscitando un liderazgo sabio y humilde. Como resultado, «el país tuvo paz durante cuarenta años» (v.31c).
Débora oró para que aquellos que amaban al Señor fueran «como el sol cuando sale en todo su esplendor» (v.31b).
Oración
Añadidos de Pippa
Pippa añade
Jueces 4:1–5:31
Líder de la nación, jueza, profetisa, guerrera de oración, compositora, líder de adoración, esposa y madre. ¡Débora fue un ejemplo impresionante! ¿Quién dijo que la Biblia está en contra de que las mujeres ejerzan papeles de liderazgo?
Versículo del día
Salmo 57:1b
'A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro.'
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Referencias
Notas:
Joyce Meyer, La Biblia de la vida diaria, (Casa Creación, 2013)
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