Confía en el Señor
Introducción
Uno de los mayores obstáculos para tener fe es el sufrimiento de los inocentes. Por lo general, es una de las primeras preguntas planteadas en los grupos pequeños de Alpha: «Si hay un Dios que nos ama, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Cómo es que hay injusticia y opresión?».
Estas son preguntas muy importantes y necesarias que no tienen una respuesta fácil. Sin embargo, Dios es capaz de salir a nuestro encuentro en medio de sufrimientos y luchas. De forma extraordinaria, la gente que ha pasado por un sufrimiento grande es a menudo la que tiene una fe más fuerte. Dan testimonio de la presencia de Dios con ellos, fortaleciéndolos y confortándolos en medio de su dolor. Mientras Betsie ten Boom yacía moribunda en el campo de concentración de Ravensbruck le dijo a su hermana Corrie: «Debemos decirles que no hay un hoyo tan profundo que supere a Dios en profundidad. Nos escucharán, Corrie, porque hemos estado aquí».
La fe implica confiar en el Señor. En la Biblia, el pueblo de Dios tenía que lidiar con un mundo de sufrimiento, pero confiaron en el Señor a pesar de lo que vieron.
Salmos 82:1-8
Salmo de Asaf.
1 Dios preside el consejo celestial;
entre los dioses dicta sentencia:
2 «¿Hasta cuándo defenderán la injusticia
y favorecerán a los impíos?
3 Defiendan la causa del huérfano y del desvalido;
al pobre y al oprimido háganles justicia.
4 Salven al menesteroso y al necesitado;
líbrenlos de la mano de los impíos.
5 »Ellos no saben nada, no entienden nada.
Deambulan en la oscuridad;
se estremecen todos los cimientos de la tierra.
6 »Yo les he dicho: “Ustedes son dioses;
Altísimo”
7 Pero morirán como cualquier mortal;
caerán como cualquier otro gobernante.»
8 Levántate, oh Dios, y juzga a la tierra,
pues tuyas son todas las naciones.
Comentario
1. Confía en el Señor en medio de la injusticia y la opresión
¿Cómo respondemos a toda la injusticia que hay en el mundo? El salmista confía en que, en última instancia, Dios hará las cosas bien: «¡… tú eres el dueño de todas las naciones!» (v.8b, DHH).
Es una gran bendición vivir bajo un buen sistema de justicia. Es una terrible maldición vivir bajo jueces corruptos e incompetentes; pero en última instancia, Dios los llamará a rendir cuentas.
«Dios preside» sobre todas las demás expresiones de poder («dioses») (v.1). Confía en que Dios es «el presidente»: Él tiene finalmente el control.
Dios pone a todos los jueces en el banquillo. Como aparece en The Message: «¡Suficiente! Has corrompido la justicia lo suficiente» (vv.2, MSG). Pero la fe en la «presidencia» de Dios nunca debe conducir a la complacencia o a la pasividad. El salmista está apasionado por ver el mundo cambiado.
No solo debemos confiar en Dios, sino que también tenemos el deber de hacer todo lo posible para que se haga justicia. Debemos actuar en favor de los pobres: «Defiendan la causa del huérfano y del desvalido; al pobre y al oprimido háganles justicia. Salven al menesteroso y al necesitado; líbrenlos de la mano de los impíos» (vv.3-4).
Llegará el momento en que las cosas se arreglarán; la injusticia será eliminada y, por ejemplo, estaremos libres de gobiernos corruptos. El salmista ora: «Levántate, oh Dios, y juzga a la tierra» (v.8a).
Mientras también nosotros esperamos el juicio final de Dios, anticipemos esa justicia actuando ahora en favor de los pobres y oprimidos. Tenemos que plantear este mismo desafío a aquellos que están en el poder: «¿Hasta cuándo defenderán la injusticia y favorecerán a los impíos?».
Oración
Hechos 27:13-44
La tempestad
13 Cuando comenzó a soplar un viento suave del sur, creyeron que podían conseguir lo que querían, así que levaron anclas y navegaron junto a la costa de Creta. 14 Poco después se nos vino encima un viento huracanado, llamado Nordeste, que venía desde la isla. 15 El barco quedó atrapado por la tempestad y no podía hacerle frente al viento, así que nos dejamos llevar a la deriva. 16 Mientras pasábamos al abrigo de un islote llamado Cauda, a duras penas pudimos sujetar el bote salvavidas. 17 Después de subirlo a bordo, amarraron con sogas todo el casco del barco para reforzarlo. Temiendo que fueran a encallar en los bancos de arena de la Sirte, echaron el ancla flotante y dejaron el barco a la deriva. 18 Al día siguiente, dado que la tempestad seguía arremetiendo con mucha fuerza contra nosotros, comenzaron a arrojar la carga por la borda. 19 Al tercer día, con sus propias manos arrojaron al mar los aparejos del barco. 20 Como pasaron muchos días sin que aparecieran ni el sol ni las estrellas, y la tempestad seguía arreciando, perdimos al fin toda esperanza de salvarnos.
21 Llevábamos ya mucho tiempo sin comer, así que Pablo se puso en medio de todos y dijo: «Señores, debían haber seguido mi consejo y no haber zarpado de Creta; así se habrían ahorrado este perjuicio y esta pérdida. 22 Pero ahora los exhorto a cobrar ánimo, porque ninguno de ustedes perderá la vida; sólo se perderá el barco. 23 Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, 24 y me dijo: “No tengas miedo, Pablo. Tienes que comparecer ante el emperador; y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo.” 25 Así que ¡ánimo, señores! Confío en Dios que sucederá tal y como se me dijo. 26 Sin embargo, tenemos que encallar en alguna isla.»
El naufragio
27 Ya habíamos pasado catorce noches a la deriva por el mar Adriático, cuando a eso de la medianoche los marineros presintieron que se aproximaban a tierra. 28 Echaron la sonda y encontraron que el agua tenía unos treinta y siete metros de profundidad. Más adelante volvieron a echar la sonda y encontraron que tenía cerca de veintisiete metros de profundidad. 29 Temiendo que fuéramos a estrellarnos contra las rocas, echaron cuatro anclas por la popa y se pusieron a rogar que amaneciera. 30 En un intento por escapar del barco, los marineros comenzaron a bajar el bote salvavidas al mar, con el pretexto de que iban a echar algunas anclas desde la proa. 31 Pero Pablo les advirtió al centurión y a los soldados: «Si ésos no se quedan en el barco, no podrán salvarse ustedes.» 32 Así que los soldados cortaron las amarras del bote salvavidas y lo dejaron caer al agua.
33 Estaba a punto de amanecer cuando Pablo animó a todos a tomar alimento: «Hoy hace ya catorce días que ustedes están con la vida en un hilo, y siguen sin probar bocado. 34 Les ruego que coman algo, pues lo necesitan para sobrevivir. Ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza.» 35 Dicho esto, tomó pan y dio gracias a Dios delante de todos. Luego lo partió y comenzó a comer. 36 Todos se animaron y también comieron. 37 Éramos en total doscientas setenta y seis personas en el barco. 38 Una vez satisfechos, aligeraron el barco echando el trigo al mar.
39 Cuando amaneció, no reconocieron la tierra, pero vieron una bahía que tenía playa, donde decidieron encallar el barco a como diera lugar. 40 Cortaron las anclas y las dejaron caer en el mar, desatando a la vez las amarras de los timones. Luego izaron a favor del viento la vela de proa y se dirigieron a la playa. 41 Pero el barco fue a dar en un banco de arena y encalló. La proa se encajó en el fondo y quedó varada, mientras la popa se hacía pedazos al embate de las olas.
42 Los soldados pensaron matar a los presos para que ninguno escapara a nado. 43 Pero el centurión quería salvarle la vida a Pablo, y les impidió llevar a cabo el plan. Dio orden de que los que pudieran nadar saltaran primero por la borda para llegar a tierra, 44 y de que los demás salieran valiéndose de tablas o de restos del barco. De esta manera todos llegamos sanos y salvos a tierra.
Comentario
2. Confía en el Señor en medio del desastre y la agitación
Cuando las cosas van mal en tu vida, ¿estás tentado a veces de entrar en pánico? Reconozco que yo sí. Cuando todo va bien en nuestras vidas, es relativamente fácil confiar en el Señor; sin embargo, hay momentos en que afrontamos grandes desafíos en nuestra fe. Entre sus muchos desafíos, pruebas y sufrimientos, Pablo naufragó tres veces (2 Corintios 11:23b-25).
En el pasaje de hoy, leemos acerca de una de aquellas ocasiones. Al principio parecía como si Pablo hubiera estado equivocado al predecir el desastre, ya que el tiempo era perfecto para el viaje (Hechos 27:13). Pero entonces comenzó un huracán (v.14). Tuvo que ser una experiencia aterradora. Lucas escribe: «… perdimos al fin toda esperanza de salvarnos» (v.20).
Sin embargo, Pablo siguió confiando en el Señor, exhortando a los que estaban a bordo que «tuvieran fe en Dios», en que Dios todavía tenía el control y que Él había prometido rescatarlos (vv.23-25).
Hizo falta que sucediera aquel desastre para que escucharan a Pablo. Asombrosamente Pablo, el prisionero, parece estar completamente a cargo de la situación. Los amonesta: «Señores, debían haber seguido mi consejo» (v.21). Pablo es quien detiene a los marineros que intentaban escapar del barco (v.30).
Este es un gran ejemplo de liderazgo sin título ni posición. Los mejores líderes son capaces de liderar por influencia y persuasión.
Aquella confusión le dio a Pablo la oportunidad de hablar sobre su fe. Aprovechó la oportunidad, aunque tuvo que haber sufrido mucho por los efectos de la tormenta y del hambre.
Pablo se veía a sí mismo como perteneciente a Dios («del Dios a quien pertenezco») y como su siervo («y a quien sirvo»). Pero Dios no era solo Su amo y maestro; Pablo confiaba en Dios y tenía una profunda seguridad en Su amor. Él sabía que Dios quería lo mejor para él, así como lo quiere hoy para ti.
Pablo les aseguró: «Ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza» (v.34). Y, «dicho esto, tomó pan y dio gracias a Dios delante de todos. Luego lo partió y comenzó a comer» (v.35).
Dios tenía el control final a pesar del desastre: «Los soldados pensaron matar a los presos para que ninguno escapara a nado. Pero el centurión quería salvarle la vida a Pablo, y les impidió llevar a cabo el plan» (vv.42-43a).
Dios le dio a Pablo favor, tanto ante los ojos de la gente como ante los ojos del mismo Dios. Como resultado «todos llega\[ron\] sanos y salvos a tierra» (v.44).
Nada podía impedir que Dios salvara a Pablo y lo usara para trabajar en Sus propósitos y salvar vidas.
Oración
2 Reyes 18:1-19:13
Ezequías, rey de Judá
18En el tercer año de Oseas hijo de Elá, rey de Israel, Ezequías hijo de Acaz, rey de Judá, ascendió al trono. 2 Tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén veintinueve años. Su madre era Abí hija de Zacarías. 3 Ezequías hizo lo que agrada al Señor, pues en todo siguió el ejemplo de su antepasado David. 4 Quitó los altares paganos, destrozó las piedras sagradas y quebró las imágenes de la diosa Aserá. Además, destruyó la serpiente de bronce que Moisés había hecho, pues los israelitas todavía le quemaban incienso, y la llamaban Nejustán.
5 Ezequías puso su confianza en el Señor, Dios de Israel. No hubo otro como él entre todos los reyes de Judá, ni antes ni después. 6 Se mantuvo fiel al Señor y no se apartó de él, sino que cumplió los mandamientos que el Señor le había dado a Moisés. 7 El Señor estaba con Ezequías, y por tanto éste tuvo éxito en todas sus empresas. Se rebeló contra el rey de Asiria y no se sometió a él. 8 Y derrotó a los filisteos, tanto en las torres de vigilancia como en las ciudades fortificadas, hasta llegar a Gaza y sus alrededores.
9 En el año cuarto del reinado de Ezequías, es decir, en el año séptimo del reinado de Oseas hijo de Elá, rey de Israel, Salmanasar, rey de Asiria, marchó contra Samaria y la sitió. 10 Al cabo de tres años logró conquistarla. Era el año sexto del reinado de Ezequías, es decir, el año noveno del reinado de Oseas, rey de Israel. 11 El rey de Asiria deportó a los israelitas a Asiria, y los estableció en Jalaj, en Gozán (que está junto al río Jabor) y en las ciudades de los medos. 12 Esto sucedió porque no obedecieron al Señor su Dios, sino que violaron su pacto. No cumplieron ni pusieron en práctica lo que Moisés, siervo del Señor, les había ordenado.
13 En el año catorce del reinado de Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, atacó y tomó todas las ciudades fortificadas de Judá. 14 Entonces Ezequías le envió este mensaje al rey de Asiria, que se encontraba en Laquis: «He actuado mal. Si te retiras, te pagaré cualquier tributo que me impongas.» El rey de Asiria le impuso a Ezequías, rey de Judá, un tributo de nueve mil novecientos kilos de plata y novecientos noventa kilos de oro. 15 Así que Ezequías le entregó a Senaquerib toda la plata que había en el templo del Señor y en los tesoros del palacio real. 16 Fue entonces cuando Ezequías, rey de Judá, les quitó a las puertas y los quiciales del templo del Señor el oro con que él mismo los había cubierto, y se lo entregó al rey de Asiria.
Senaquerib amenaza a Jerusalén
17 Desde Laquis el rey de Asiria envió a su virrey, al funcionario principal y a su comandante en jefe, al frente de un gran ejército, para hablar con el rey Ezequías en Jerusalén. Marcharon hacia Jerusalén y, al llegar, se detuvieron junto al acueducto del estanque superior, en el camino que lleva al Campo del Lavandero. 18 Entonces llamaron al rey, y salió a recibirlos Eliaquín hijo de Jilquías, que era el administrador del palacio, junto con el cronista Sebna y el secretario Joa hijo de Asaf.
19 El comandante en jefe les dijo:
—Díganle a Ezequías que así dice el gran rey, el rey de Asiria: “¿En qué se basa tu confianza? 20 Tú dices que tienes estrategia y fuerza militar, pero éstas no son más que palabras sin fundamento. ¿En quién confías, que te rebelas contra mí? 21 Ahora bien, tú confías en Egipto, ¡ese bastón de caña astillada, que traspasa la mano y hiere al que se apoya en él! Porque eso es el faraón, el rey de Egipto, para todos los que en él confían. 22 Y si ustedes me dicen: ‘Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios’, ¿no se trata acaso, Ezequías, del Dios cuyos altares y santuarios paganos tú mismo quitaste, diciéndoles a Judá y a Jerusalén: ‘Deben adorar solamente ante este altar en Jerusalén’?”
23 »Ahora bien, Ezequías, haz este trato con mi señor, el rey de Asiria: Yo te doy dos mil caballos, si tú consigues otros tantos jinetes para montarlos. 24 ¿Cómo podrás rechazar el ataque de uno solo de los funcionarios más insignificantes de mi señor, si confías en obtener de Egipto carros de combate y jinetes? 25 ¿Acaso he venido a atacar y a destruir este lugar sin el apoyo del Señor? ¡Si fue él mismo quien me ordenó: “Marcha contra este país y destrúyelo!”
26 Eliaquín hijo de Jilquías, Sebna y Joa le dijeron al comandante en jefe:
—Por favor, hábleles usted a sus siervos en arameo, ya que lo entendemos. No nos hable en hebreo, que el pueblo que está sobre el muro nos escucha.
27 Pero el comandante en jefe respondió:
—¿Acaso mi señor me envió a decirles estas cosas sólo a ti y a tu señor, y no a los que están sentados en el muro? ¡Si tanto ellos como ustedes tendrán que comerse su excremento y beberse su orina!
28 Dicho esto, el comandante en jefe se puso de pie y a voz en cuello gritó en hebreo:
—¡Oigan las palabras del gran rey, el rey de Asiria! 29 Así dice el rey: “No se dejen engañar por Ezequías. ¡Él no puede librarlos de mis manos! 30 No dejen que Ezequías los persuada a confiar en el Señor, diciendo: ‘Sin duda el Señor nos librará; ¡esta ciudad no caerá en manos del rey de Asiria!’”
31 »No le hagan caso a Ezequías. Así dice el rey de Asiria: “Hagan las paces conmigo, y ríndanse. De este modo cada uno podrá comer de su vid y de su higuera, y beber agua de su propio pozo, 32 hasta que yo venga y los lleve a un país como el de ustedes, país de grano y de mosto, de pan y de viñedos, de aceite de oliva y de miel. Así vivirán en vez de morir.”
»No le hagan caso a Ezequías, que los quiere seducir cuando dice: “El Señor nos librará.” 33 ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones pudo librar a su país de las manos del rey de Asiria? 34 ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvayin, de Hená y de Ivá? ¿Acaso libraron a Samaria de mis manos? 35 ¿Cuál de todos los dioses de estos países ha podido salvar de mis manos a su país? ¿Cómo entonces podrá el Señor librar de mis manos a Jerusalén?
36 Pero el pueblo permaneció en silencio y no respondió ni una sola palabra, porque el rey había ordenado: «No le respondan.»
37 Entonces Eliaquín hijo de Jilquías, administrador del palacio, el cronista Sebna, y el secretario Joa hijo de Asaf, con las vestiduras rasgadas en señal de duelo, fueron a ver a Ezequías y le contaron lo que había dicho el comandante en jefe.
Isaías profetiza la liberación de Jerusalén
19Cuando el rey Ezequías escuchó esto, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y fue al templo del Señor. 2 Además, envió a Eliaquín, administrador del palacio, al cronista Sebna y a los sacerdotes más ancianos, todos vestidos de luto, para hablar con el profeta Isaías hijo de Amoz. 3 Y le dijeron: «Así dice Ezequías: “Hoy es un día de angustia, castigo y deshonra, como cuando los hijos están a punto de nacer y no se tienen fuerzas para darlos a luz. 4 Tal vez el Señor tu Dios oiga todas las palabras del comandante en jefe, a quien su señor, el rey de Asiria, envió para insultar al Dios viviente. ¡Que el Señor tu Dios lo castigue por las palabras que ha oído! Eleva, pues, una oración por el remanente del pueblo que aún sobrevive.” »
5 Cuando los funcionarios del rey Ezequías fueron a ver a Isaías, 6 éste les dijo: «Díganle a su señor que así dice el Señor: “No temas por las blasfemias que has oído, y que han pronunciado contra mí los subalternos del rey de Asiria. 7 ¡Mira! Voy a poner un espíritu en él, de manera que cuando oiga cierto rumor se regrese a su propio país. ¡Allí haré que lo maten a filo de espada!” »
8 Cuando el comandante en jefe se enteró de que el rey de Asiria había salido de Laquis, se retiró y encontró al rey luchando contra Libná.
9 Luego Senaquerib recibió el informe de que Tiracá, rey de Cus, había salido para luchar contra él, así que una vez más envió mensajeros a Ezequías 10 para que le dijeran: «Tú, Ezequías, rey de Judá: No dejes que tu Dios, en quien confías, te engañe cuando dice: “No caerá Jerusalén en manos del rey de Asiria.” 11 Sin duda te habrás enterado de lo que han hecho los reyes de Asiria en todos los países, destruyéndolos por completo. ¿Y acaso vas tú a librarte? 12 ¿Libraron sus dioses a las naciones que mis antepasados han destruido: Gozán, Jarán, Résef y la gente de Edén que vivía en Telasar? 13 ¿Dónde están el rey de Jamat, el rey de Arfad, el rey de la ciudad de Sefarvayin, o de Hená o Ivá?»
Comentario
3. Confía en el Señor en medio del mal y de la angustia
Es un alivio leer por fin acerca de un hombre que «puso su confianza en el Señor» (18:5). Ezequías «puso su esperanza en el Señor Dios de Israel» (v.5, RVA-2015). «Puso toda su confianza en el Dios de Israel \[...\]. Y Dios, por su parte, lo sostenía con firmeza a través de todas sus aventuras» (vv.5-6, MSG).
Una de las primeras acciones de Ezequías cuando se hizo rey, fue destruir todas las cosas que impedían al pueblo obedecer a Dios (vv.1-4). Quizás haya cosas en tu vida que son una barrera para que obedezcas a Dios. Aunque parezcan vitales, no hay nada tan vital como la obediencia a Dios. Dios quiere ayudarnos a obedecerle; pregúntale y Él te honrará como lo hizo con Ezequías: «El Señor estaba con Ezequías, y por tanto este tuvo éxito en todas sus empresas» (v.7).
En el año 701 a. C., Ezequías se enfrentó a un enemigo muy poderoso encarnado en el rey de Asiria, que se burlaba de él y lo ridiculizaba. Leemos sobre estos acontecimientos históricos no solo en la Biblia sino también en otros relatos antiguos. En el relato de Senaquerib acerca de estos acontecimientos, está escrito: «En cuanto a Ezequías, el judío, no se sometió a mi yugo». Él habla de Ezequías de forma arrogante sintiéndose abrumado por «el terror que inspira el esplendor de mi señorío».
Senaquerib despreciaba la dependencia de Ezequías en el Señor (vv.20,22): «No dejen que Ezequías los persuada a confiar en el Señor, diciendo: “Sin duda el Señor nos librará…”» (vv.30).
De alguna manera, Ezequías tuvo que haberse ganado el respeto de su pueblo porque siguieron sus instrucciones: «Pero el pueblo permaneció en silencio y no respondió ni una sola palabra, porque el rey había ordenado: “No le respondan”» (v.36).
Ezequías oró ante su poderoso enemigo: «Se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y fue al templo del Señor» (19:1). Una delegación se dirigió al profeta Isaías y le manifestaron: «Así dice Ezequías: “Hoy es un día de angustia, castigo y deshonra, \[…\]. Eleva, pues, una oración por el remanente del pueblo que aún sobrevive”» (vv.3-4).
La respuesta de Isaías fue: «… así dice el Señor: “No temas por las blasfemias que has oído…”» (v.6). No solo el mismo Ezequías confió en el Señor; también persuadió al pueblo para que confiara en el Señor.
A lo largo de los años, he anotado al lado de este pasaje una lista de los desafíos que hemos enfrentado. Es increíble mirar en retrospectiva y ver la manera en la que Dios nos ha librado en tantas áreas.
Sin importar cuáles sean los desafíos que afrontas hoy, anótalos, pon tu confianza en Dios, cree que Él estará contigo y que te dará éxito en todo lo que te pida hacer.
Oración
Añadidos de Pippa
Confía en Dios cuando las cosas no parezcan ir bien:
2 Reyes 18
Hechos 27:33–34
Versículo del día
2 Reyes 18:5,7
'Ezequías puso su confianza en el Señor, Dios de Israel. No hubo otro como él entre todos los reyes de Judá, ni antes ni después ... El Señor estaba con Ezequías, y por tanto éste tuvo éxito en todas sus empresas. Se rebeló contra el rey de Asiria y no se sometió a él. '
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Referencias
Nueva Versión Inernacional (NVI)
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